5 de febrero de 2018

Ella.

Esa noche no era como las demás, era oscura, muy fría y gotas caían del cielo como si de lágrimas se tratasen. Noche de mayo, madrugada de un domingo. 6 Am. Unos aquella madrugada volvían de fiesta, otros en cambio madrugaban y ya se ponían en pie. Alguno que otro salía de su casa para enfrentarse a un duro día de trabajo. Unos tantos esperaban la llegada de un nuevo bebé, mientras que otros pocos sufrían la dura despedida de un ser querido. La mayoría de las personas a esa hora dormían plácidamente, pero Ella lloraba, estaba aturdida, tenía miedo y la costaba respirar. Hubo tiempo suficiente de ver a ese individuo aun metido en su cama. Hubo tiempo de ver cómo rápidamente le sacaba la mano del pijama y se ponía en pie. Hubo tiempo de ver a una niña muy asustada y perdida... pero luego todos lo negaron.
–“No dirás nada, ¿No?”, “Ha sido un accidente”, “Como lo cuentes va a ser peor” "Nadie te va a creer", "Te vas a quedar sola" y diferentes cosas la decían con el fin de mantenerla callada, cosa que durante dos largos días consiguieron.
Esa madrugada no pudo volverse a dormir, no podía cerrar los ojos, no podía dejar de llorar silenciosamente. No sabía cómo actuar cuando todos se levantasen, ni cómo mirar a la cara a aquellas personas. Quería irse de aquella habitación, de aquella casa…simplemente quería desaparecer o despertar de aquella terrible pesadilla que acababa de comenzar. Tenía miedo, mucho miedo.
A sus trece años tuvo que armarse de valor y afrontar todo lo que acababa de pasar. Ya no era la misma, ya no era una adolescente con ganas de crecer, porque de golpe, había crecido más de lo que hubiera querido. Ella llego a casa y se metió en la cama, se tapó mucho y lloró. Lloró hasta que no podía más, lloró hasta quedarse dormida... Dos días callada, ocultando lo ocurrido, con miedo y muy triste. Dos días fingiendo que todo está como siempre. Rota por dentro. Pero ya no pudo más, llegó a casa después del instituto y rompió a llorar, se abrazó a su madre y con la poca fuerza que tenía tan solo decía que lo sentía.
-¿El qué sientes?
-Siento insistir en quedarme a dormir allí esa noche. Siento ver como la empujaba y la gritaba, siento que ese hombre se metiera en mi cama y me tocara, siento que me besara el cuello y no me dejara escapar de sus brazos que me agarraban con fuerza. Siento que me agarrara fan fuerte que no me dejase respirar. Siento que me duele todo y a la vez no tengo dolor. Siento sentir un nudo que no me permite hablar sin llorar. Lo siento, lo siento todo.
Su madre se quedó blanca, solo pudo abrazarla y llorar con ella. Sabía que le pasaba algo, pero pensó que podría ser una discusión con una amiga, el primer novio, falta de ganas de estudiar o cualquier otro problema propio de una adolescente. Pero esto no, no se lo explicaba. La abrazó tan fuerte como pudo pero el dolor de ella era imposible de reconstruir.
Sin duda cogió el teléfono y la llamó:
-La niña me lo ha contado, quiero que sepas que mi casa es tu casa y si lo necesitas aquí estamos, puedes venir cuando quieras. Eres mi hermana y la madrina de mi hija, Ella te necesita. No la has fallado nunca, no la falles con esto.
Y después de decir estas palabras colgó. Colgó con la esperanza de que viniera, de que fuera consciente de la situación. Colgó con los ojos inundados en lágrimas y el corazón en un puño. Sin esperar más emprendieron un viaje a comisaría. Esta vez no se puso la radio en el coche y fue un viaje que a pesar de los pocos kilómetros se hizo largo, que a pesar de estar protegidos, se olía el miedo, la angustia, la tristeza...
-¿Cuál es el motivo de la denuncia?
-Abusos sexuales.
No la hicieron esperar. Rápidamente la tomaron declaración y tuvo que contar todo sin dejarse detalle alguno. Así lo hizo Ella, un poco nerviosa y con lágrimas que se asomaban en sus ojos. Nadie sabía lo que iba a pasar, pero Ella no estaba sola, tenía apoyo y cariño, aunque en ese momento Ella sólo se centraba en una persona, en una persona que probablemente no iba a estar a su lado y sentía como de una manera u otra la había fallado, defraudado e incluso… abandonado, su tía. Ella susurraba su nombre entrecortadamente entre sollozos, pero su tía no la quiso escuchar. Su tía aquella noche no oyó sus lágrimas ni sollozos, su tía esa noche no notó que su pareja no estaba con ella en la cama. Tampoco notó a una niña distinta la mañana siguiente, no vio unos ojos rojos de tanto llorar ni una mirada perdida. No vio un rostro en donde se reflejaba la angustia y el miedo. Y si ahí no lo había visto, ya no lo iba a ver.
La poca esperanza que quedaba se esfumó dos días después en el primer juicio rápido. Ella estaba con sus padres y familia cercana cuando pasaron por la puerta del juzgado donde allí a la derecha estaba su tía. Pero no estaba sola, estaba con él. Con aquel hombre que acababa de destruir una adolescencia y a toda una familia. No la vino a abrazar, no le dio un beso, no hizo el afán de saludar y ni si quiera le dedicó una mirada. Ella se hundió, lloró desconsolada tapándose la cara. Las pocas fuerzas que tenía, la poca esperanza que la quedaba, las mínimas ganas de luchar se fueron en forma de lágrimas y decepción. Lloró durante minutos, incluso horas. Lloró durante todo ese día, y con Ella también su madre.
Verdaderamente lo que más daño la causó de esa noche, lo que más le dolió a Ella no fue que se metieran en su cama y jugaran con su cuerpo como si de una muñeca se tratara, no. Fue que su tía negara lo ocurrido dejándola como mentirosa y en un mar de lágrimas. Fue que su tía no la abrazara ni consolara como había hecho siempre. Fue el principio de un infierno difícil de superar.
Los años consecuentes se pueden resumir en una rápida madurez de una “niña” de trece años, en juicios donde el llanto y la aflicción se apoderaban de la situación, en cartas mojadas y sin dirección, en poesías de una dura separación, en la dificultad de fingir sonrisas y aparentar estar bien, en pasar por diferentes psicólogos sin éxito alguno, años de estudio llenos de ansiedad y desmayos, donde la anorexia la acompañó en un trayecto de su vida y la depresión se hizo íntima amiga suya.
Años en los que cada triste canción le recordaban a una sola persona, en la que el pequeño aroma de esa colonia le recordaba nuevamente a esa persona. Años que pasaron lentos. A veces, Ella piensa en olvidarla, si la olvida todo sería más fácil, y entonces Ella se pregunta… ¿Cómo olvidar algo que en el fondo no quiero olvidar? Es la peor de las pruebas que alguien tiene que afrontar en la vida. Ella se dio cuenta de que “olvidar” era un hecho imposible. Algo que nunca iba a ocurrir. Ella no se podía olvidar de la persona con la que mejores momentos había vivido durante trece intensos años. Así que tenía que aprender a vivir sin ella.
Tres años y dos meses a la espera del juicio final. Esa mañana se despertó más nerviosa de lo normal, pero no por el juicio, sino, porque la iba ver. Tenían que declarar y pese a todo Ella quería verla. Al ser menor, el juicio tenía biombo pero pidió por favor a su madre y abogada que no lo pusieran ya que quería verla. Quería escuchar la defensa en boca de su tía, quería buscar su mirada mientras hablaba para encontrar la verdad. Quería entender la frialdad de aquellas palabras.
Primero declaró Ella aguantándose las lágrimas, luego aquel hombre innombrable, culpable de tanto dolor. Y por último su tía.
Tanto tiempo después de que todo pasara y aun así Ella mantenía en su interior una pizca de esperanza, esperanza que se esfumó en cada palabra de la declaración. Mientras su tía declaraba Ella la miraba atónita, escuchaba sin creer lo que decía. Y en la tercera frase se derrumbó. Lloró desconsolada y la sacaron de aquel lugar. La abrazaron, la mimaron y la intentaban tranquilizar.
Cárcel para aquel hombre innombrable. Familia y amigos más cercanos estaban contentos y llamaban para dar felicitaciones, pero Ella no estaba contenta. Si, había ganado, pero Ella no había luchado para ganar, es más, había sufrido. Quizá no estuviera contenta porque sabía que él no iba a ir a la cárcel, pues si se iba del país no se podía remediar. Dichosa justicia. Quizá no lo estuviera porque sabía que su tía no iba a volver. Días después su tía desapareció, se fue del país o eso quisieron pensar todos. Y ahora Ella tenía esa absurda sensación de haber dado todo por esa persona tan importante y nunca haber recibido nada a cambio.
Esa sensación absurda de pensar que trece años unida a una de las personas más importantes en su vida es como si de repente hubieran desaparecido, como si de un diario se tratase del cuál la llave se ha perdido y nunca se volverá a abrir. Todas las promesas que resultaron ser mentira. Todas esas palabras de amor, todos los besos y abrazos habían acabado.
Como si rompiera una pequeña bola de cristal en miles de pedacitos que ya es imposible recrear de nuevo. Que ya solo te queda el recuerdo de esa bola de cristal. Recuerdos que no podemos ni sabemos olvidar, memorias que nos seguirán más allá del tiempo, vayamos al lugar que vayamos, adentrándonos un poco en los recuerdos de nuestro ser, volvemos a encontrarlas y, como inocentes niños esbozaremos una sonrisa, una triste sonrisa llegando al extremo de llorar de nostalgia por el añoro de los buenos momentos y por el anhelo que sentimos esos años atrás.
Ella ya no era aquella niña inocente de trece años que vivía con la esperanza de un anhelado regreso. Ahora ella, aunque a veces no se quería dar cuenta, sabía perfectamente que su tía no volvería y que si lo hacía nada sería como antes…esa relación que tenía tan perfecta, tan sincera y tan especial nunca se iba a retomar. Pero a pesar de todo, Ella la esperaría, porque el hueco que su tía dejó en su corazón nadie nunca lo va a llenar. Ella la quiso, la quiere y siempre la querrá. Ella luchará por sus sueños y por vivir, será una maestra por vocación y lamentará cada día no estar con su tía. Pero a pesar de todo, Ella no la guarda rencor, ni mucho menos odio y es que Ella la quiere, la quiere muchísimo.

2 comentarios:

  1. Gracias por escribir asi y por trasmitir tanto con las palabras. Has hecho que me emocione y tenga los pelos de punta. Eres increible

    ResponderEliminar
  2. Pues algo te diré, no se merece que le guardes hueco en tu bonito corazón, te mereces a ti misma pasar página, cerrar ese libro, y seguir con las personas
    que hacen tu día a día, más bonito, tienes una magnífica familia, unos magníficas amigas y amigos, que te adoran, muchas personas que te queremos y te creemos y aunque duela, por tu bien, necesitas cerrar esa historia tan dura, te quiero bonita, y sigo aqui, no se te olvide!!

    ResponderEliminar