25 de diciembre de 2018

Un silencio en el pasado

No sabía como pero estaba allí. En la esquina del ascensor siendo besada y tocada a la fuerza. Sin oponerse, sin mediar palabra, sin moverse pero a la fuerza. Fueron cuatro pisos, pero se hizo eterno. 

Se abrió las puertas y Ella fue agarrada del brazo con fuerza hasta su casa. Abrió rápido y la llevó hasta una habitación, donde la empujó hacia la cama y la siguió besando bruscamente. Ella seguía quieta, dejándose besar y deseando despertar de aquella pesadilla. Los besos iban a más, notaba esa lengua recorrer su cuello a la vez que sus manos jugaban con su cuerpo, aún de niña. De niña convirtiéndose en mujer. Le metió la mano por el pecho mientras seguía besándola y a su vez, su boca bajó a donde Ella deseaba que no bajara. La quitó el pantalón y las braguitas mientras seguía chupando y besando cada parte de su cuerpo. Su cuerpo de niña convirtiéndose en mujer. Mientras Ella, paralizada no podía hacer nada. No era capaz de decir ‘para’, no era capaz de decir ‘no’, no fue capaz. Tan solo pensaba en el final y que cuanto más rápido pasara antes acabaría esta tortura. 

El se bajó los pantalones y se la sacó. Se echó babas en la mano y sin remordimientos se la metió. A Ella, que supuestamente la quería. A Ella, una menor de edad. A Ella, que había sufrido tanto por abusos sexuales donde el la apoyó, la acompañó a algún juicio y maldijo a aquella persona que había abusado de ella dos años atrás. A Ella, que supuestamente la protegía. A Ella, que en sus ojos se veía el miedo y la tristeza. Pero a él todo eso le dio igual y se la metió. Y se movió a su antojo hasta correrse. Y se le debió olvidar que tan solo era una niña trasformándose en mujer, y se le olvidó que iba a destrozar su vida sexual y moral. Y quizá no se dio cuenta de que acababa de violarla. Y quizá no la quería tanto como decía. 

El suspiró y disfrutó. Ella seguía callada, paralizada. Ella no lloró, pero sin embargo sentía una inmensa tristeza. No tenía heridas, pero sentía un inmenso dolor, de esos que llegan hasta el alma. No se desmayó, pero sentía una presión y una impotencia que no sabía como la permitía seguir tan entera. 

El la levantó dándola la malo y la dio papel para que se limpiara. Ella se limpió, se subió las braguitas y el pantalón  y se marcharon. Volvieron a casa. Donde todos estaban ajenos a lo que acababa de pasar, donde nadie nunca se esperaría esto. Pero al fin y al cabo a casa, y a salvo. Ella no era la misma que subió en aquel ascensor ajena a todo lo que iba a ocurrir, Ella ahora se sentía triste y culpable. Que irónico ¿eh? Culpable...

Un sentimiento de culpa que la acompañó durante años. Ese sentimiento fue tan grande que la mantuvo callada 8 años. 8 años cargando una mochila más a su espalda. 8 años fingiendo que no pasaba nada. 8 años evitando cruzarse con aquel hombre. 8 años de preguntarse por qué no disfruta con el sexo, 8 años haciendo de tripas corazón cada vez que ese hombre sale en algún tema de conversación. 8 años de lucha. 8 años compartiendo momentos con la ansiedad, el insomnio y la depresión. 

Pero una vez más la vida siguió y con la vida seguía Ella. Aprendió a vivir con otra cosa más, guardándose todo su dolor. Creyéndose culpable. 

Pero el paso del tiempo la dieron la madurez y la valentía que la faltaba para terminar de afrontarlo, la hicieron un poco más sensata y con el paso de los años se armó de valor para hablar. 

Su psicóloga fue la primera, y mientras Ella se quitaba ese peso de encima veía como su psicóloga la escuchaba atónita y sin pestañear. Vio cómo sus ojos se pusieron vidriosos y cuando Ella no podía hablar más por qué su voz empezaba a temblar y su corazón a ir demasiado deprisa, escuchó: 

“No se como aguantas tu sola tanto dolor” y con esas palabras Ella se echó a llorar. 

Realmente tampoco lo sabía, pero no estaba siendo fácil. Sobre todo los últimos años. No era fácil llorar cada noche y levantarse como si nada. Es muy frustrante estar triste y no saber porque. Se sentía impotente por querer la felicidad y no saber cómo alcanzarla. Se sentía decepcionada por no disfrutar de algo tan maravilloso como es el sexo. Se sentía sola a pesar de estar rodeada de gente. No se veía guapa, no sé sentía bien, y por muchas palabras bonitas que oía, una delante del espejo se vuelve más ciega. Y la mente es muy mala, y la vida a veces puede resultar muy dura. 

La psicóloga mientras la agarraba las manos la ayudó a entender que el único culpable fue el. Que ante una violación, el miedo y la paralización son síntomas que salen innatos de nosotros. Que la sociedad es un poco cruel y hace que las víctimas se sientan culpables. Y que al fin y al cabo Ella solo era una víctima más y una vez más. La ayudó a entender que no se tenía que avergonzar, que no lo tenía por qué seguir ocultando e incluso la dio la opción de denunciar. Pero Ella necesitaba tiempo para volver a asimilar todo, para contárselo a sus amigos, para sentarse frente a su madre, tiempo para explicárselo a su familia ¿Cómo explicar que el miedo y la culpa la han tenido callada 8 años? ...y si después de todo esto la seguían quedando fuerzas necesitaba tiempo para denunciar. 

Porque a veces queremos denunciar para dar la voz que un día no tuvimos, pero no es tan fácil como querer. 

Realmente en ese momento por primera vez en mucho años se sintió bien consigo misma. A sus 23 años quitarse esa mochila había sido un alivio, y aunque aún quedaba un largo camino de lucha, acababa de dar el paso más importante de todos: hablar. 

Después de esto acarició cada una de sus cicatrices y por primera vez se sintió agradecida por tenerlas, por qué en el fondo es una suerte que estén ahí por un método de escape y que, a pesar de alguna vez desearlo, no marcaran el final de su vida. 

Y es que, realmente duele. Duele que te hayan hecho sentir culpable durante años. Duele lidiar con el silencio y volver a mirar a los ojos a la persona que se aprovecho de la inocencia que te quedaba. Como duele hablar de violación. Como un hombre es capaz de coaccionar de esa manera. Tan ruin, tan rastrera. Que yo me encariñé, si...pero jamás de esa forma. Que jamás quise sentir tus besos, ni tus manos en mi cuerpo, aún de niña. Que jamás quise sentirte de esa manera y que aún me duele. Me duele no sabes cuánto. Y lo que más me duele es el tiempo que he tardado en ser consciente.

Cuantos años han tenido que pasar para darme cuenta que el culpable fuiste y serás siempre tu. Cuantos años he pasado avergonzada. Cuantos años he tardado en hablar. Cuánto dolor en tantos años, cuantas imágenes de aquel día en donde me quedé paralizada, asustada y perdida. Y pasó lo que no quería que pasara, y pasó. Y lloré durante días, meses e incluso años. 

Cuando pasas años callada, en silencio, evitándote y un día muchos años después te derrumbas. Y no puedes más. Y hablas, y lloras y gritas. 

Y te dicen lo que jamas quisiste escuchar, lo que una y otra vez en tu cabeza te negabas a aceptar. Violación. Y te dicen que te plantees denunciar, por muchos años que hayan pasado. Y pides tiempo. Tiempo para asimilar, para contar, para hablar...tiempo para asumir. 

Y te dicen que no saben como puedes cargar tanto a las espaldas, como puedes seguir aparentemente tan entera. Te dicen que eres fuerte, cuánto tú te sientes más débil que nunca. 

Y miras a tu alrededor y estás arropada a pesar a del frío de invierno, sientes cariño y alivio al ver que tu gente ha perdonado tu silencio, que te apoyan, que te abrazan, que siguen contigo. Porque nunca dejaron de estarlo.  Y solo por eso, te tienes que sentir agradecida. 

Porque la vida a veces no es fácil, pero estoy segura de que vale la pena.